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Nunca es Tarde (Cuento)


Beatriz Robespierre.





Por: Beatriz Robespierre.



Era muy inteligente, siempre lo fue. Aprendió a leer a los tres años. La escuela primaria quedaba muy cerca de nuestra casa y ella se emocionaba cuando veía a los niños entrar y salir del recinto con su diaria algarabía, y preguntaba ansiosa cuándo comenzaría a asistir.

Así era ella, María Antonieta, mi hermana menor. Muy estudiosa y disciplinada. Yo era diez años mayor que ella, y fui yo quien le enseñó a leer porque cuando me veía estudiando y haciendo mis deberes del liceo, quería que yo le explicara. Yo le daba tareas propias de su edad, y así yo tener tiempo para mis responsabilidades escolares.


Mi madre la inscribió en preparatoria cuando sólo tenía cinco añitos. Su progreso fue asombroso. Ella se entregaba de tal forma, que un buen día se desmayó en el salón, y por instrucciones médicas no pudo terminar su año escolar. Sufrió mucho, pero fue lo mejor para ella. El siguiente año escolar lo comenzó con un entusiasmo que nunca mermó, y así siguió siempre; una niña totalmente dedicada. Terminó su primaria y secundaria con óptimas notas. Fue una de las mejores alumnas del liceo. Todos nosotros orgullosos de ella.


Ingresó a la universidad a la facultad de Ingeniería eléctrica, carrera que también terminó con honores. Para entonces ya estaba prometida para casarse y así fue. Junto con su graduación fue su boda. Enseguida comenzó a trabajar para la empresa telefónica, profesión que tuvo que truncar temporalmente para criar a su bebé. Se hizo ama de casa, pero era colaboradora de la empresa de su esposo, así seguiría ejerciendo funciones relacionadas con su oficio. Esto le permitiría encargarse de su segunda bebé. Incluso trabajaba desde su casa. Tenía una vida bastante feliz. Yo siempre la vi alegre y con una salud excelente.


En esta rutina llena de buenos momentos y trabajo duro, pasaron algunos años. Su hija mayor se hizo ingeniero agrónomo y la segunda posteriormente se graduó de contador público. Era la familia perfecta. Yo pasaba temporadas con ellos: cantábamos y reíamos hasta el cansancio.


Una vez que su hija menor termina su contaduría y comienzan ambas a ser independientes, María Antonieta decidió estudiar contaduría y así tener un segundo título. Recuerdo cuando le informó a su esposo que iba a ingresar a la universidad porque le encantaba la contaduría. Su esposo le contestó un poco molesto ¿"Eso quiere decir que pasarás muchas horas fuera de la casa? No, no quiero que vuelvas a estudiar"- y ella le contestó tajante - "No te estoy pidiendo permiso, te estoy informando"- y él abrió sus ojotes, pero viendo la determinación de ella, guardó silencio y le deseó buena suerte.


Se enamoró locamente de esta nueva carrera. A veces iba a la universidad, y otras veces lo hacía a distancia ya que así se lo permitían. Le revalidaron algunas materias que ya había visto en ingeniería. Yo llegaba y me contaba sus logros, me nombraba siempre a una compañera con quien estudiaba en ratos libres.


Fue pasando el tiempo y ella se las arreglaba para tener tiempo para su esposo y su hogar. Él nunca se quejó, por el contrario, se sentía bien orgulloso de ella.


Ya para graduarse y trabajando en la tesis que debía defender y así obtener su título de contador público, su esposo le quiso regalar un viaje por su graduación. Emocionados ambos por esta aventura, ellos comenzaron los preparativos para el viaje tan soñado.


Visas, pasaportes, listas de cosas por hacer en el viaje, visitas a museos etc., la emoción la tenía ocupada. "Al regresar defiendo mi tesis y soy contador público como mi hija"- me decía. Faltaban algunos exámenes médicos requeridos para salir del país. Fue así como se enteró que sus riñones no le estaban funcionando. Se desplomó con la noticia y para mí fue un trago muy amargo. Ya no se iría de viaje y estaba obligada a comenzar la diálisis. Recuerdo ese día cuando ella volvió en sí, justamente en el consultorio de la médico que la examinó. -"Mi vida se acabó hermana, ya no hay viaje"- ¡NO!, le dije enfática. Mientras estés en diálisis se busca un donante. Verás como todo va a salir bien... Yo, con mucho dolor en el alma, tuve que esconder mi congoja. ¿Mi hermanita?, no puede ser, ella tan joven y pasar por esto. Fue un dolor para todos, especialmente para mí que estuve presente cuando recibió la noticia.


Varias veces la acompañé a recibir su diálisis. Sentada con todos los cables que le colocaban, ella con una pequeña calculadora, revisaba que todo estuviera en perfecto orden para la defensa de su tesis. Al salir, había que ayudarla hasta llegar a casa y que se fuera a la cama porque siempre sentía muchísimo dolor de cabeza, mareada y ya no quería comer nada. Sufría muchísimo. Por suerte la diálisis era tres veces por semana. Después de varios análisis yo no era compatible. Decepcionante noticia.


En varios hospitales estaba inscrita para trasplante en caso de que alguien apareciera con un riñón compatible. Incluso, estaba registrada en un hospital de Medellín, (Colombia) por si aparecía un donante, ella volaría desde Caracas el mismo día. Mensualmente salía muy caro mantener su nombre en la lista de espera. Había que enviar una suma de dinero sustanciosa para mantener su nombre y cubrir exámenes de sangre requeridos.


Pasó un tiempo más menos largo, hasta que la llamaron de Medellín a medianoche, para informarle que un joven se había estrellado con su carro y falleció. Él era compatible. Un riñón era suficiente para salvarle la vida, y así. A las seis de la mañana voló a Medellín (Colombia), y a las cinco de la tarde la estaban trasplantando. Todo fue un éxito, ¡bendito sea Dios! Hablamos por teléfono y sentí en su voz un cambio total; se reía, decía chistes, hacía planes. Fue algo maravilloso para todos.


El regresar a Venezuela, siguió con el tratamiento post operatorio y una vez que se fue sintiendo bien, se preparó para defender su tesis. ¡Todo fue un éxito! Felicitaciones, champagne y mucha alegría. " Valió la pena”, se repetía, y aseguraba que nunca era tarde para empezar una vida nueva.


Pasaron los meses y ella haciendo planes para trabajar con contador público, pero desde la casa, ya que todavía se sentía débil y el tratamiento para evitar que rechazara el riñón, la debilitaban mucho. Nadie quería mutilar su entusiasmo. Once meses pasaron después del trasplante. yo notaba que iba perdiendo peso cada día más Un metro con setenta centímetros de estatura no es altura para pesar cincuenta kg. Dolía verla tan demacrada y pálida. Poco a poco fue perdiendo fuerzas hasta que el riñón trasplantado dejó de funcionar. Hubo que hospitalizarla de emergencia. Nunca me separé de ella. Un día me dijo ¿Hermana, valió la pena verdad? Nunca es tarde. Aproveché lo que pude"- Y me dijo adiós.


Mi alma se derrumbó. Era mi hermanita, a la que enseñé a leer, con la que cantaba siempre, la más chiquita de la familia. La llevo impregnada en mi alma, y duele, como duele...



(Esta columna es de estricta responsabilidad del autor y no representa la opinión de este portal)


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Germán Posada es natural de la ciudad de Medellín (Antioquia). Estudió Locución para Radio y Televisión en el Instituto Metropolitano de Educación (I.M.E). 
  
En Medellín colaboró en el programa Buenos Días Antioquia transmitido por la Cadena Colmundo Radio y participó en la animación y programación del programa Mirador Comunitario a través del Sistema Radial K (Armony Records). Ambos bajo la conducción y dirección del Periodista antioqueño Carlos Ariel Espejo Marín (q.e.p.d). 

 

Desde el 2001 reside en la ciudad de Montreal en donde ha participado en la realización y animación de los programas radiales Escuchando América Latina  (CKUT 90.3 FM), Onda Latina (CFMB 1280 am) y La Cantina (CFMB 1280). 
  

 

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