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POPEYE (Todo tiene su final)


John Jairo Velásquez Vásquez ("Popeye"). Foto: Lyne Lucien/The Daily Beast



Por: Germán Posada.



Aceptémoslo o no, personajes como John Jairo Velásquez Vásquez, más conocido como “Popeye”, son también parte de la historia de un país. A “Popeye” se le consideró asesino, terrorista, agitador, malhechor, extorsionista, secuestrador, etc. Pero si usted elabora una lista de calificativos para describirlo seguramente sumaría muchos más.


“Popeye” como otros, fue protagonista infaltable de una parte de la historia delincuencial de nuestro país y al cual por mucho tiempo se le recordará.


Fue personaje por su extravagante y pintoresca personalidad, por sus miles de asesinatos, porque en vida se ufanó de haber participado en tres mil muertes y de haber asesinado por cuenta propia a por lo menos 300 personas.


No lo niego, así como otros lo hicieron, a mí también me sedujo la idea de entrevistarlo. Buena o mala suerte, fallé en mi intento. Dos inquietudes de la lista que escribí me salpicaban un deseo inmenso de preguntarle: Qué tanto se arrepentía por las muertes que había cometido y de qué sentía temor.


Veintitrés años privado de su libertad fue el tiempo que de acuerdo a las autoridades fue suficiente para haber pagado por los crímenes que cometió. Luego en libertad disfrutó las mieles de una especie de fama que él se creó y que estratégicamente supo como promocionar. Su nombre no solamente acaparó el interés nacional, desde afuera también quisieron saber de él. Pero su estatus de afamado delincuente no completó los cuatro años. Su instinto maligno lo traicionó y a la cárcel de nuevo fue a parar.


Cuando se dio evidencia de su deteriorado estado de salud, la noticia generó emociones diversas y cada una de ellas tenía una explicación. La mayoría coincidían en que era lo menos que podía pasarle por todo el mal que había hecho en su vida. Unos se regocijaron como en señal de venganza y otros fueron más cautos en palabra.


“Eso no lo cuentan los libros de historia” era una de sus frases bandera en las entrevistas que concedía en donde se vanagloriaba describiendo sus andanzas y experiencias vividas con Pablo Escobar Gaviria, en ellas emanaba gozo y plenitud al llamarse “El General de la Mafia” y con un orgullo casi indescriptible posaba por haber sido un guerrero y un soldado al servicio del “Patrón”.


“Popeye” era un hombre que intimidaba. En su tiempo de libertad así lo hizo. Infundía temor. Con su muerte se genera una cierta sensación de calma. No porque últimamente fuera una amenaza para Colombia. Simplemente porque ya no está.


Muchos por siempre lo detestarán y celebrarán su muerte, por algo será. Sé de otros que fueron sus víctimas y lo perdonaron. En realidad yo no me alegré cuando supe de su enfermedad y muchos menos cuando supe de su muerte. Pero tampoco me entristecí. Más bien me estremecí una vez más de ver lo ínfimo que somos frente a una enfermedad letal. Que de nada sirve vanagloriarse en la vida porque la muerte tarde que temprano a todos nos toca la puerta.


Para erigirse como un personaje se debe poseer algo especial. Lo suyo fue haber sido un asesino a sangre fría. Un soldado leal a las órdenes de una organización criminal. Me parece que su condición social no lo exime de sus actos, de lo que fue, como tampoco a otros perversos de linaje que han tenido la corbata y la silla como fachada de mejores ciudadanos.


“Popeye” no murió en su ley. No sonaron tres balazos para matarlo como se escucha en “Sangre Maleva”, una de sus canciones favoritas. Fue otra clase de muerte, más lenta y más larga. Tal vez más dolorosa. Quizás tuvo tiempo de hacer remembranza de su pasado y arrepentirse de todo lo malo que hizo. O quizás ni le importó.

Creo que siempre lo tuvo presente. Sabía que todo en la vida tiene su final y que nada dura para siempre.



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Germán Posada es natural de la ciudad de Medellín (Antioquia). Estudió Locución para Radio y Televisión en el Instituto Metropolitano de Educación (I.M.E). 
  
En Medellín colaboró en el programa Buenos Días Antioquia transmitido por la Cadena Colmundo Radio y participó en la animación y programación del programa Mirador Comunitario a través del Sistema Radial K (Armony Records). Ambos bajo la conducción y dirección del Periodista antioqueño Carlos Ariel Espejo Marín (q.e.p.d). 

 

Desde el 2001 reside en la ciudad de Montreal en donde ha participado en la realización y animación de los programas radiales Escuchando América Latina  (CKUT 90.3 FM), Onda Latina (CFMB 1280 am) y La Cantina (CFMB 1280). 
  

 

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