Armando Caicedo. Foto Archivo Personal.
Por: Germán Posada
Entender el fenómeno de la violencia que ha vivido nuestro país a través de largos años y decir que de una u otra manera esta dureza colectiva nos ha golpeado a todos no sería para nada exagerado. Pero cuando uno lee el libro “El niño que me perdonó la vida”, esa concepción queda sometida a un análisis interior sumamente exhaustivo que nos reclama un poco mas de ponderación en nuestro juicio.
Recuerdo desde niño esas ‘tertulias’ entre mayores de unas tales peleas entre unos colombianos llamados liberales y otros llamados conservadores y también vienen a mi memoria, en época juvenil, cuando en el barrio comenzamos a mirar con respeto y admiración a aquellos amigos con los cuales crecimos y que una vez al cumplir lo que llaman la edad adulta, se integraban al servicio militar. Desde la antesala de su partida hasta su primera visita a la vida civil era todo un acontecimiento que nadie se quería perder.
Todos esperábamos con curiosidad escuchar esas vivencias diferentes que hacían de ellos unos personajes únicos en medio de aquellas humildes casas y calles polvorientas de aquellos barrios populares en los que la pobreza se regocijaba recibiendo aquellos héroes de carne y hueso.
En este exuberante relato que hace el periodista y escritor, Armando Caicedo otrora, teniente del Ejército Nacional colombiano, nos conduce a una travesía esplendida en su relato y a la vez amarga y cruel en su realidad. Aquella que vivió Enrique, su protagonista principal, aquel niño de la guerra, del que nunca escuchamos, ó por lo menos yo no recuerdo haber escuchado en los relatos de nuestros amigos convertidos en soldados.
Como la experiencia de vida de Enrique muy seguramente existirán cientos de miles a contar y si se quiere hasta millones, porque el fenómeno de los ‘niños de la guerra’ no se concentra sólo en Colombia. Pero lo que hace muy particular de esta novela histórica, como la define su autor, es la casualidad de dos vidas paralelas que luchan en bandos opuestos en medio de la indiferencia de la guerra y que en algún momento el destino se encarga de cruzar para que entre ambos reconstruyeran ese apocalipsis del cual milagrosamente pudieron escapar.
En ‘El niño que me perdonó la vida’ todo es real. La ficción no forma parte de este libro.
Pero es tan fantástica y sigilosamente bien tratada su narración que por espacios de tiempo logras sumergirte en algo que pudiera ser tan sumamente fabuloso e imaginario hasta hacerte pensar si tanta calamidad, sufrimiento o desgracia, puede sucederle a una persona y en especial a un menor de edad.
Después de haber leído esta melancólica y a la vez atrayente historia, me queda la sensación de que alguien un día, en un espacio de tiempo que la vida se encargará de sincronizar, tomará la determinación de iniciar la tarea para trasladar estas 352 páginas al poder visual del cine desde donde también podremos presenciar esta narración que como lo expresó en la contraportada del libro el reconocido actor, Julio Cesar Luna: “más que desgarradora, hermosa, conmovedora y realista, es el fiel retrato de una sociedad que desconoce lo que sucede en su “patio de atrás”.
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